Hoy quiero haceros una pregunta ¿creéis que los médicos nos ponemos o debemos ponernos muy tristes si muere un paciente? ¿o llegamos a hacer algún tipo de duelo? Creo que la respuesta es un poco compleja. Primero me gustaría recapitular algunas cosas en nuestra formación.
En la facultad nos enseñan casi de todo: cómo nace un niño, cómo es una gestación normal, cuáles son las complicaciones. Cuando la persona a mediana edad comienza a tener diferentes enfermedades crónicas y sus respectivos tratamientos. Nos hablan de cirugías, de porcentajes de curación, de tasas de fallecimientos después de un evento grave como una pancreatitis severa, etc.
Pero nos hablan muy poco de temas que también son importantes y frecuentes:
- Nos hablan muy poco de personas mayores (los que van a tener en mayor medida estas enfermedades crónicas y estos acontecimientos severos),
- No nos enseñan a reconocer a un paciente que puede fallecer en los próximos meses,
- No nos hablan de fragilidad, que me parece muy importante para ofrecer diferentes tipos de tratamiento ante una misma enfermedad,
- No nos enseñan a dejar ir (lo descubres luego, o no),
- No nos enseñan a enseñar a los familiares a dejar ir,
- Tampoco qué hacer / sentir / pensar cuando una persona que has atendido fallece,
- ¿los médicos hacemos un duelo cuando alguien que atendemos muere? esa asignatura lo tenemos pendiente.
Después de la facultad nos encontramos en distintos lugares, países, culturas, hospitales y con distintas personas. Cada lugar y persona tien vivencias diferentes. En un mismo hospital, cada especialista ante un mismo paciente puede tomar decisiones diferentes. Donde un especialista puede ver a una persona mayor con una posible infección de orina, otro especialista puede ver una persona mayor que está en sus últimos días de vida.
A nuestra especialidad, tenemos que sumar que tenemos «maestros» distintos» y sobre todo: tenemos una mochila distinta a nuestras espaldas. Finalmente, cada persona decide vivir su especialidad de forma u otra. Os voy a contar mi experiencia personal, y además os voy a dejar un vídeo de cómo he vivido la muerte de una paciente que he tratado por varios meses. Cada uno decide vivir esta situación de una forma u otra y creo que ninguna de estas formas es mejor o peor, simplemente es nuestra forma personal y única que tenemos cada uno de trabajar.
La muerte de los pacientes en el contexto social
Yo hice la carrera en una Universidad donde pasó una cosa muy curiosa. Sí nos hablaron del final de vida. El problema fue que la teoría fue una cosa y la práctica fue otra. En concreto, el caso fue que en las plantas del hospital, me insistían mucho en mantener algo parecido a una muralla entre nosotros y los pacientes. Una muralla para no sentir, no padecer, no ponerte tan en el lugar del otro. Las personas que me guiaban tenían mucho miedo a que podamos sufrir y que ese sufrimiento pueda influir negativamente en ver al resto de pacientes. Además de eso, no nos enseñaban a parar. Trabajábamos todo el tiempo para que los pacientes sobreviviesen. Ante una educación así, lo que sucedió fue que tuve tres fallecimientos muy seguidos y no lo viví como parte natural de la medicina. Lo viví como una responsabilidad mía. Con culpa. Lo que sucedió después fue que escogí una especialidad en la que jamás iba a ver a persona más fallecer. A los 6 meses de iniciar esa especialidad, me di cuenta que echaba mucho de menos el trato con las personas y decidí hacer Geriatría.
Personal
Cuando comencé la especialidad de Geriatría, como a la semana, estaba totalmente enamorada de la Geriatría. Muy enamorada. Amor. Pasión. El caso es que me ofrecieron un puesto muy bueno de mi otra especialidad y dije que no. En mi casa no lo entendieron… ahora mismo no recuerdo que pasó esos primeros días. Solo sé que desde el primer día hasta ayer viernes, he ido totalmente enamorada a trabajar día a día. «Con sus más y sus menos» claro. Porque la vida es la vida. Pero soy inmensamente feliz siendo geriatra.
Dicho esto: comencé la especialidad embarazada. Cuatro meses antes había tenido un aborto. El parto de mi primer hijo fue muy duro, me dijeron en el quirófano, 24 horas después de iniciar el parto, que casi tuve una ruptura de placenta (no sabéis cómo duele eso). Luego tuve otro embarazo muy malo que terminó con una cirugía, y luego no hubo final feliz. El cuarto embarazo fue copia y pega del tercer embarazo durante muchos meses. Otra cirugía, miedo todos los días de cada cada día de los 9 meses de embarazo. Finalmente él: mi hijo pequeño. Más otras dos operaciones entre medias. Digamos que he estado hospitalizada varias veces y he entrado en quirófano 8 veces. Sé que es perder a alguien, qué es luchar por alguien. Sobre todo sé: que en medio del dolor se puede sentir paz. Sentir paz porque vi a mis últimas médicas dejarse los sesos y el corazón en mi y en el bebé. También sé que el dolor (lo prometo) sé que el dolor duele menos con un poquito de cariño.
Práctica diaria
Por último, para no extenderme más, creo que cada situación es distinta. Yo creo que todas las situaciones duelen. Pero cada caso es distinto. Creo que si hurgamos un poco dentro de nosotros hay dolor. Pero a veces es más liviano, a veces es «moderado» y a veces, solo a veces: llegas a hacer un duelo. No lo he leído nunca. Pero creo que puedes llegar a pasar por un duelo.
La sensación en muy distinta en cada caso. Es distinto que una familia sepa que la persona mayor (en mi caso veo personas mayores) va a fallecer y que todo se desarrolle en media hora.
Otra situación es que la familia no sepa que su familiar lleva en un periodo de «últimos meses» varios meses. Que el paciente y la familia entren al hospital con la idea que va a salir en 2 o 3 días y les expliques desde el inicio todo desde el comienzo: Las enfermedades crónicas muchas veces tienen un inicio y un final. Hay varios métodos para saber que nos encontramos al final de una enfermedad. Pero además, por algunos signos del paciente, sabemos que el paciente está en sus últimas horas o días. Esto no se dice en 5 minutos, necesitas una entrevista muy íntima. A veces con el hijo que ha vivido 70 años con su madre. A veces es una familia de 10 hijos que ya saben qué es esto y te dicen que están tranquilos. Sumemos a esto: miedos, creencias, religiones, expectativas anteriores. Después de esta entrevista solemos recomendar dar medicación que ofrezca confort al paciente en estos últimos días. A veces, todos transcurre tranquilamente. Eres humano. En otras oportunidades, pasan los días y conoces más a la familia, les das consuelo, explicaciones, cariño. Sí o sí hay una relación de algún tipo. En estos casos me voy sabiendo que hemos detectado a una persona con unas necesidades especiales en un momento especial. Nos puede dar pena, pero esa información es oro porque el paciente va a recibir el mejor tratamiento. Eso da mucho consuelo. Tenemos que valorar otras cosas: el agradecimiento de la familia, la tranquilidad del paciente, saber que has tratado de dar lo mejor que tienes, saber que este momento se ha ofrecido la medicación que el paciente necesita para estar confortable… salgo de la habitación sabiendo que «el dolor puede duele menos» con muy poquito.
Luego están las personas que conoces meses. Meses. Sabes como geriatra que no está en su mejor momento y lo dices a los familiares. Pero da la casualidad que mes a mes esta persona tiene cosas leves. Desde el segundo mes la ves contenta y te llena de caricias y besos en cada visita (hago geriatría a domicilio). Mes a mes le dices a la familia que probablemente fallezca en los próximos meses. Con los meses, comienzas a acostumbrarte a verla bien. Piensas tú y la familia que como médico estarás a su lado al final. Un día, de viaje te llaman. Te dicen que ha pasado algo. Les explican (otros médicos) a los familiares que la opción de cirugía no se puede dar por la situación previa de la paciente. Que lo ideal es que continue con medidas de cuidados paliativos en su casa. Un jueves. Con un puente largo a punto de empezar. ¿Qué hacer? Todo lo que se puede hacer. ¿Esto duele? La verdad es que escuece.
Cuando falleció esta persona me tranquilicé a mi misma pensando que la había ayudado. Me tranquilizó la idea que la familia estaba muy preparada por todos los meses previos. Me tranquilizó saber que la familia estaba tranquila. Terminó el viaje y comencé a sentirme rara. No triste. Rara. Una semana después tuve dos días de mucha tristeza (no lo relacioné sinceramente porque ya había quedado con mi cerebro que las cosas habían ido bien dentro de todo). Luego otra vez rara. Al final de la segunda semana lo supe, había pasado un duelo por esta señora… pero no había sido consciente de eso hasta dos semanas después.
¿Cómo lo debemos hacer?
La medicina es una profesión hermosa. Si es el sueño de tu vida: vívelo. ¿Cómo? Pues no hay una forma. Como veis: cada uno toma una decisión en base a tantos factores que sería imposible decir una técnica: la técnica de la muralla, la técnica de ponerte en su lugar, la técnica de ser tú misma, sin filtros. Yo trato las dos últimas: sin filtros, y poniéndome en su lugar.
Los psicólogos, en medio de la primera ola de la pandemia, decían: hay que ver lo mejor de cada día, tus logros, saber ponerte estrellitas y hablarte con cariño. Me pongo estrellitas con las altas del hospital, cuando les ayudo a caminar, cuando soy la tercera médica a la que acuden por un síntoma raro y les quito un fármaco y dejan de temblar. Salgo con buen cuerpo de las habitaciones y de las casas que atiendo a domicilio. Llego a mi casa, le digo a mi marido: ¡sábes que me han dicho hoy! Soy feliz.
Ante la muerte de un paciente: no creo que lo pase peor que otra persona que use otra técnica, todo lo contrario. Creo que hacer que el paciente y la familia te vean cercana hace que todo fluya más relajado y con más confianza. No es una mala técnica para nada. Aunque hay personas y personas: lo ideal es aprender a quedarnos con lo bueno del resto del día. Y disfrutar de la profesión.
Un beso a todos los que me habéis leído hasta aquí,
Peggy Ríos Germán
Geriatra